Buscalan es una aldea que se encuentra escondida en una montaña de la isla Luzón, caminar una hora por senderos traicioneros es la única forma de llegar a este pueblo de Kalinga.
Probablemente, si no estuviera tan escondido, sería un nido de turistas. Y no sólo por el lugar. Sus valles y las terrazas de arroz de regadío son espectaculares, pero son muy similares a los otros pueblos de la Cordillera a los que llega el transporte público.
Los turistas prefieren superar estos obstáculos hasta llegar a Buscalan para conocer a la tatuadora Whang Od, una de las ancianas más viejas de la tribu, que se hizo famosa después de aparecer en un reportaje en National Geographic.
El hecho de que se haya hecho popular, es porque gran parte de la cultura tribal de la aldea iba a desaparecer cuando ella muriera. Whang Od ha cumplido 92 años. Hasta hace muy poco era la última tatuadora kalinga, una práctica que según los estudiosos tiene alrededor de un millar de años, que se utilizaba como lenguaje natural de la piel y se transmitía de padres a hijos.
En la cultura de la tribu, el tatuaje simbolizaba belleza en las mujeres y valentía en los hombres,”si no tienes un tatuaje no eres un verdadero guerrero” dice Whang Od. Quienes llevan un águila en el pecho cortaron la cabeza de uno de sus enemigos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
“Antes de hacerles un tatuaje mostraban la cabeza del enemigo y después de celebrar su victoria, les tatuábamos para que quedara constancia de quién lo hizo”.
Ahora las cosas han cambiado en la aldea; ya no hay guerras y las mujeres deben pagar los tatuajes. La cultura de intercambio apenas se utiliza, entre otras cosas, porque desde hace cinco años deben pagar la factura de la luz con dinero.
Whang Od, además, no ha tenido una familia a quien dejarle de herencia su arte. Perdió a su novio cuando tenía 25 años y nunca volvió a emparejarse, aunque evita hablar sobre este tema o de cualquier otro que envuelva su vida personal, aun intentando cobrar mil pesos por las entrevistas.
En la tribu, desde hacía años, no se daba excesiva importancia a la cultura del tatuaje, prácticamente desaparecida, hasta que llegaron los primeros extranjeros. De hecho, fue un periodista quien le hizo ver a Whang Od que debía formar a la nieta de su hermana para ser la próxima tatuadora kalinga. Aunque la joven estudia ingeniería informática en la universidad, lejos de Buscalan, como muchos otros jóvenes que se van a estudiar fuera de la aldea.
Algunos niños intentan aprender viendo cómo lo hace, pero Whang Od dice que la futura artista tiene que ser de la familia.
En los últimos meses, una vez visto el negocio con los extranjeros, en Buscalan se han puesto manos a la obra. La Comisión Nacional de los Pueblos Indígenas hace pagar una cuota de medio ambiente a los visitantes que cobran los mismos lugareños.
Por su parte, la familia de Whang Od ha colgado un cartel en la puerta de su casa como indicación para los turistas perdidos, a los que les da alojamiento y comida. Sabe que después llegan los tatuajes, por los que cobra a partir de quinientos pesos.
“Gracias al dinero de los tatuajes puedo comprar más cerdos y gallinas”.
El equipo de trabajo de Whang Od se compone de un cuenco de coco para mezclar el agua, carbón y patata dulce con la que da textura a la mezcla. También utiliza una rama de calamansi, la lima filipina, y una aguja de espina unida al extremo de un palo de bambú. Los clientes pueden elegir dónde tatuarse, pero el diseño lo decide ella, o bien deja escoger entre uno de los dibujos de sus brazos.
“El águila es para los guerreros, no para los turistas o cualquier otra persona que no deba ser respetada por la comunidad”.
La casa de Whang Od es bastante modesta, aunque gracias a los tatuajes es una de las mujeres más ricas de la tribu y siempre va bien vestida. En la casa viven tan solo dos personas, aunque Emilly, la mujer del nieto de su hermana, está prácticamente todo el día con ella en la cocina.
Charlie Pan-Oy también merodea por la casa, es un vecino más del pueblo, pero es quien maneja los hilos en Buscalan. Se dedica a vender marihuana y hace el agosto con los extranjeros. Su choza es mucho más lujosa que la de Whang Od, tiene televisión con deuvedé y su hijo pequeño moja el café con bollos industriales comprados fuera de la aldea.
La casa de Whang Od tiene dos plantas, la de arriba es una habitación repleta de retratos de la artista donde duermen los invitados tumbados en el suelo con esterillas. En la habitación contigua habita su hermana, mientras que Whang Od vive en la planta de abajo y descansa en un rincón entre el comedor y la cocina.
La mayor parte del día Whang Od está agachada a pie juntillas junto al fuego machacando patata en una olla. Tiene 92 años, pero la flexibilidad de una mujer de 40. De vez en cuando, sale a echar algo de arroz a sus cerdos y vuelve a meterse rápidamente en casa, excepto cuando no hay invitados, que sube a las terrazas de arroz que tiene su familia, lo cual tiene mucho mérito a su edad teniendo en cuenta la temperatura y las pronunciadas pendientes de la aldea.
“La felicidad para mi es poder vivir hasta los 100 años haciendo tatuajes. Estoy encantada de que vengan a mi casa gente de varias partes del mundo a visitarme y tatuarse, le dan sentido a mi vida”
Historia contada gracias a: Maki, Eyal Arad y Dror Benyossef.
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